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Volver a contar la historia de éxito y necesidad de la democracia

A lo largo del siglo XX una disputa ideológica dividió al mundo en dos grandes polos: capitalismo como modelo económico, sustentado en la democracia liberal, contra diferentes formas de socialismo y comunismo, sustentadas en tiranías totalitarias.

Quienes se autoproclamaban “de izquierda” tenían que hacer absurdos malabares argumentativos para respaldar dictaduras brutales como la cubana, la China o la Unión Soviética.

Quienes se autoproclamaban de derecha o defensores del capitalismo veían al fantasma del comunismo en cualquier lugar, y podían ser tan brutales e inhumanos como sus adversarios.

Los líderes de los dos grandes polos evitaron confrontarse directamente, pero provocaron innumerables guerras y conflictos armados por todo el mundo: la guerra en Corea, Vietnam, así como innumerables guerras civiles en países latinoamericanos, africanos y asiáticos.

Se trataba de una burda lucha entre los líderes de los polos de poder por la dominación del mundo, que disfrazaban como luchas ideológicas, entre dos modelos muy distintos de administración del poder.

Esa confrontación ideológica genérica se quedó sin sustento a principios de la década de 1990.

La unión soviética desapareció, y se pulverizó en 15 países independientes y soberanos, con diferentes formas de gobierno y modelos económicos.

Rusia, el país más grande y poderoso de esos 15 países independientes que surgieron de la unión soviética, se convirtió rápidamente en una corrupta oligarquía, capturada por una mafia de empresarios corruptos y exlíderes políticos de la antigua unión soviética. Estos oligarcas se repartieron el poder, político y económico, que muchos de ellos conservan a la fecha, y olvidaron para siempre cualquier idea cercana al socialismo que antes apoyaban.

Por su parte, el gran dragón comunista del mundo, China, olvidó por completo su aversión al capitalismo y generó una de las maquinarias económicas más eficientes de la historia del mundo, con todos los beneficios del capitalismo que tanto despreciaban, pero sustentada en un modelo político de control y concentración del poder en manos de una pequeña élite que se sigue diciendo popular, pero que controla y se traspasa el poder como monarquía antigua.

Salvo China, el resto de los países del mundo suele autodenominarse como una democracia, y junto con China, todos son parte del gran mercado global que sufre y se beneficia con las reglas del capitalismo.

Así, desde hace 3 décadas, es absurdo hablar de batallas ideológicas que pueden denominarse capitalismo contra comunismo/socialismo, o izquierdas contra derechas.

Hoy, la gran batalla en el mundo es entre demócratas liberales y populistas autoritarios

Los primeros estamos convencidos de que una democracia liberal debe tener 5 elementos básicos para ser una democracia:

  1. Elecciones libres, legales, transparentes, cometidas y periódicas
  2. Supremacía de la Constitución y la Ley, conocida como Estado de Derecho
  3. División clara y eficaz de los poderes
  4. Un listado de derechos fundamentales de los que puede gozar toda la población
  5. Instrumentos legales eficaces para hacer válidos esos derechos

Quienes defendemos la democracia liberal partimos de la idea de individuos libres y con derechos fundamentales que pueden enfrentar al Estado porque éste está regulado, limitado y su poder está repartido en diferentes instancias.

A partir de estos 5 elementos centrales, el resto de las discusiones son de política pública, de eficacia, de cultura democrática, de desarrollo económico e igualdad, pero todas dentro del marco de los 5 elementos centrales de la democracia, lo que genera la posibilidad de que todos estén incluidos en la discusión, y de que ningún grupo o persona pueda ser violentado en sus derechos y libertades.

Los enemigos de la democracia liberal son los tiranos o aspirantes a tiranos que sólo aceptan los resultados de una elección cuando les favorece, que desprecian cualquier límite constitucional o legal a sus funciones, que buscan siempre la concentración del poder y la dominación o sometimiento de los otros poderes, y que no tienen vergüenza alguna en dividir al país entre quienes merecen derechos y libertades, y quienes no los merecen.

Estos populistas autoritarios se autoproclaman de “izquierda” o de “derecha” con base en las preferencias políticas del momento, en sus respectivos países.

Si tomamos el último Índice de desarrollo humano de Naciones Unidas correspondiente a los años 2023 y 2024, de los primeros 50 lugares de la lista, es decir, los países con mayor desarrollo humano, sólo 7 son naciones no democráticas: Hong Kong en el lugar 4, Singapore en el 9, Emiratos Árabes en el 17, Baharein en el 34, Qatar y Arabia Saudita empatados en el lugar 40 y Kuwait en el 49.

Es decir, entre los primeros 50 lugares en desarrollo humano, uno de los índices más complejos y completos del mundo, 43 son democracias que luchan contra el populismo autoritario.

Esto es el 86% de los primero 50 lugares, es decir, un dominio muy contundente de la democracia liberal.

El éxito de la democracia en el desarrollo humano se confirma con la revisión de los últimos 50 lugares de la tabla, es decir, los que menos desarrollo humano ofrecen a su población.

En esos últimos 50 lugares sólo vemos naciones no democráticas que llevan años, o décadas luchando por tener elecciones democráticas, estado de derecho, división de poderes o derechos y libertades para todos.

Entonces, ¿con la democracia se asegura desarrollo? Por supuesto que no. La democracia es sólo una buena plataforma para poder generar desarrollo con buenas políticas públicas que generen crecimiento con estabilidad e igualdad de oportunidades.

La violencia tolerada, la corrupción impune, la mala planeación, la mala evaluación o el mal diseño de políticas públicas, la ausencia de rendición de cuentas, la falta de técnica y capacidad, la concentración del poder económico, la desigualdad, la pobreza, son fallas que pueden suceder dentro de una democracia, que la lleva a tener malos resultados.

Todas esas fallas son corregibles dentro del modelo democrático.

El problema ha sido que los populistas autoritarios y sus porristas se aprovechan de esos problemas para explotarlos como deficiencias inherentes a la democracia, y el pretexto perfecto para destruirla.

El movimiento nacional populista del obradorato se ha encargado de tergiversar la joven historia de la democracia mexicana.

Construyó un discurso, con ayuda de muchos cómplices, en el que ubica como culpables de la pobreza y la desigualdad que hay en México a las propias instituciones democráticas que construimos durante 3 décadas.

Igual que otros movimientos nacional populistas del mundo llegaron al poder por la vía democrática, prometiendo defender la democracia y corregir sus vicios, prometiendo someterse a las leyes y a las instituciones de la República, para llegar al poder, y luego dedicarse a violar las leyes, prometer impunidad a todos los suyos, armar una gigante y multimillonaria maquinaria de compra y coacción del voto, para aferrarse al poder, y después poder destruir las instituciones.

En el discurso nacional populista del obradorato los enemigos del pueblo son las instituciones de la República, porque según la caricatura que le venden a sus fieles, éstas fueron construidas por una oligarquía que aún las controla, y por eso deben ser destruidas (el término nacional populista se lo escuché por primera vez a Pablo Majluf, y los tomo prestado porque es muy preciso).

Así, los enemigos del pueblo no son la corrupción impune, la violencia fuera de control, la pobreza, la falta de oportunidades de millones, la pésima calidad de la educación pública o el nulo acceso a la salud de millones.

No, los enemigos del pueblo son el Poder Judicial, el órgano que administra las elecciones, el Instituto de Transparencia, el órgano que regula la competencia económica, el órgano que regula las telecomunicaciones, el órgano que regula la energía, el que evalúa los programas sociales, el que genera información estadística veraz, y un largo etcétera.

Esos son los enemigos del pueblo según el nacional populismo del obradorato

La candidata electa ha repetido sin pudor alguno este discurso de su jefe, palabra por palabra.

La mayoría de esas instituciones se encuentran consagradas en la constitución.

López no pudo desaparecerlas durante su mandato, y pretende hacerlo doblando su discurso con la trampa de la sobre representación.

Como protección antitiranos, las instituciones de la República están consagradas en la norma más difícil de modificar, que es la Constitución, que requiere para ser modificada dos terceras partes del congreso y la mitad más uno de los congresos estatales, como dice el artículo 135 de la Constitución, que también podría ser modificado.

Morena y sus aliados sólo obtuvieron el 54% de la votación para elegir diputados, es decir, 32.5 millones de los 98 millones de mexicanos en la lista nominal, es decir, el 33% del total de electores.

Con eso, pretenden argumentar que tienen la legitimidad y el derecho para destruir la República, modificando a placer la constitución, porque quieren el 74% de los asientos en la Cámara de Diputados.

Es decir, lograron convencer a millones de personas de que el enemigo del desarrollo, el causante de la pobreza y la desigualdad, el causante de las injusticias y la violencia es el modelo democrático y sus instituciones, y que su mandato es destruirlo.

Me atrevo a decir que la mayoría de quienes votaron por el nacional populismo morenista no tenían idea de las implicaciones de su voto, pero eso hoy importa poco, porque el obradorato está empeñado en mantener el discurso de haber obtenido el permiso de destruir la República, gracias al voto.

Nos ganaron en la narrativa, contaron una historia más atractiva que la defensa de la democracia.

No supimos contar la historia del éxito y de la necesidad de la democracia, y dejamos que millones de personas creyeran que se puede mejorar a través de la concentración del poder y de la impunidad.

Lo único que me genera esperanza hoy es que finalmente se ve y se siente el sentido de urgencia y emergencia en varios actores fundamentales que estaban desaparecidos de la discusión.

Con gusto le doy la bienvenida de vuelta a la defensa de las instituciones al sector empresarial organizado.

Con gusto veo la rebelión de los jueces y empleados del poder judicial.

Con gusto veo la atención de la comunidad internacional y los claros pronunciamientos de organizaciones y medios en contra de la reforma que pretende destruir al poder judicial.

Pero necesitamos mucho más, más vehemencia, más contundencia, más claridad, más rechazo, más indignación, más voces, más plumas, más universidades, más organizaciones religiosas, más gremios, más México.

Tenemos que volver a contar la historia de éxitos de la democracia, para recuperarla un día, y reconstruirla, sin los errores de la primera etapa.

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